top of page

11.- AL OTRO LADO DEL TELEFONO

Actualizado: 18 dic 2024


- Manu, los BOKO-HARAM me han apresado y llevo cuatro días en una celda.


Aquella mañana el mensaje me llegó como un golpe seco al pecho. Apenas lo leí, me quedé paralizado. ¿Boko Haram? Era un nombre que conocía vagamente, pero que resonaba con fuerza en mi memoria, asociado a imágenes de terror, titulares escalofriantes y la desgarradora historia de las niñas secuestradas en Nigeria.


Mi mente se quedó en blanco por unos segundos, incapaz de procesar la magnitud de lo que Blanchard acababa de escribirme. ¿Cómo había llegado a esto? La incredulidad me golpeaba con tanta fuerza como el miedo. Habíamos hablado tantas veces de su viaje, de sus planes, pero nunca imaginé que pudiera encontrarse en una situación tan extrema.


Intenté recordar todo lo que sabía de Boko Haram, pero lo único que se dibujaba en mi cabeza era la imagen de un grupo temido, capaz de cometer atrocidades inimaginables. Realicé mi primera búsqueda en internet tecleando esas dos palabras fatídicas y el resultado fue verdaderamente desalentador. ¿Qué significaba que estuviera en sus manos? ¿Cómo de grave era la situación? Sentí que el suelo bajo mis pies desaparecía, como si todo lo que dábamos por sentado, incluso su propia seguridad, se hubiera esfumado en un instante.


Además, una idea inquietante se abrió paso en mi mente: ¿Y si no era él quien escribía? El tono del mensaje era demasiado frío, directo, casi distante, como si alguien más lo hubiera redactado. La posibilidad de que estuvieran utilizando su teléfono para contactar conmigo me heló la sangre. ¿Estaba Blanchard realmente al otro lado del teléfono que tenía ante mis ojos, o era alguien más jugando con mi angustia?

ree

Quise responder de inmediato, pero no sabía qué decir. ¿Qué se puede decir ante algo así? Las palabras parecían vacías y absurdas. Y, al mismo tiempo, el silencio era insoportable. En ese momento, solo había incertidumbre, miedo y una desconexión brutal entre mi mundo, donde las peores amenazas eran abstractas, y el suyo, donde los peligros tomaban forma de hombres armados y celdas oscuras.


Tras unos minutos de pausa escribí escuetamente:

- Pero ¿dónde estás?

- En el norte de Camerún, cerca de Nigeria. Hace cuatro días que me han apresado, estoy encerrado. - la respuesta tardó casi dos horas en llegar.

- ¿Pero es la policía o Boko-Haram?

Su respuesta rápida y escueta, me dejó sin aire:

- Los Boko-Haram


No daba crédito a lo que estaba sucediendo. Traté de mantener el control, aunque cada palabra que escribía parecía ridículamente inútil frente a la realidad:


- Y ¿qué quieren? ¿Te han dicho algo?


Tardó unos segundos en responder que se me hicieron eternos. Finalmente, llegó su mensaje:


- No lo sé todavía, pero quieren dinero, el jefe me ha traído a lo alto de esta colina para poder comunicar por teléfono.


¿Un jefe?¿Una colina en la selva? Todo sonaba irreal, como en un videojuego. Necesitaba saber más, conocer lo que estaba ocurriendo realmente.


- Pero, ¿tienes tu teléfono?


Su respuesta fue breve pero parecía cargada de urgencia:


- Me lo han dado para poder llamar, pero me lo van a coger ahora. Tengo que borrar estos mensajes enseguida. Guarda las fotos.


A los pocos segundos envió una foto y un vídeo que guardé rápidamente. A continuación los últimos mensajes de whatsapp se borraron ante mis ojos y el silenció cayo como un telón pesado. Me quedé mirando la pantalla del ordenador, esperando algo más, releyendo los mensajes, estudiando las fotos, buscando alguna clave o algún detalle relevante que hubiese pasado desapercibido.


Cuando Blanchard fue detenido en Noruega, creé un grupo de WhatsApp para coordinar esfuerzos. Éramos un total de cinco personas: algunos familiares y amigos cercanos. Compartíamos información, dábamos opiniones y, lo más importante, proponíamos acciones concretas que pudieses aportar en la solución de los problemas que se planteaban. A veces, las ideas surgían rápidamente; otras, requerían largas conversaciones que no llegaban muy lejos. Todos teníamos el mismo objetivo: ayudar a Blanchard a salir de la compleja situación en las que se encontraba.


Cuando llegó el mensaje sobre su secuestro en el norte de Camerún, no dudé en reactivar el grupo, que volvió a tomar protagonismo. Una vez más, nos enfrentamos a una situación compleja y angustiante.


El grupo era más que un espacio para hablar; era un motor de acción. Cada mensaje tenía un propósito, cada propuesta se evaluaba con rapidez. No siempre había consenso, pero la sensación de estar unidos en un mismo esfuerzo nos mantenía firmes.


En esa nueva crisis, el grupo demostró una vez más su importancia. Más allá de las acciones concretas, era un espacio donde compartíamos la carga emocional, un lugar donde las dudas y el miedo podían expresarse sin filtros. Porque, en el fondo, sabíamos que ninguno de nosotros podría haber enfrentado esto en soledad y éramos muy conscientes de nuestras limitaciones para resolver un problema que, a todas luces, nos quedaba grande. Enorme.


La primera conversación en el grupo de WhatsApp tras el secuestro estuvo marcada por una mezcla de incredulidad, angustia y la desesperante falta de información. Nadie sabía bien qué decir ni cómo reaccionar. Las preguntas se acumulaban unas sobre otras, desordenadas, intentando darle algún sentido a una situación que nos parecía irreal.


¿Realmente estaba en manos de Boko Haram? ¿Cómo había llegado a esa situación? ¿Por qué tenía acceso a su teléfono y podía comunicarse? ¿Era realmente él quien escribía o alguien más estaba utilizando su móvil para manipularnos? Cada mensaje que recibíamos desataba un torrente de interpretaciones y teorías. Algunos planteaban que quizá lo estaban utilizando para negociar, otros pensaban que el hecho de que tuviera el teléfono podía ser una buena señal, un margen para actuar antes de que las cosas empeoraran.


Y entonces, esa extraña indicación de borrar los mensajes inmediatamente después de leerlos. Aunque queríamos aferrarnos a la idea de que era Blanchard quien escribía, la duda siempre estaba presente: ¿De verdad es él? ¿Está solo cuando redacta? ¿O alguien está controlando cada palabra que envía? Estas preguntas rondaban nuestras mentes mientras intentábamos analizar cada frase que aparecía en la pantalla.


La posibilidad de que estuviera escribiendo bajo vigilancia añadía una capa más de angustia. ¿Era libre de decirnos lo que realmente pensaba o necesitaba? ¿Qué podíamos leer entre líneas? Los mensajes eran cortos, casi escuetos, lo que hacía aún más difícil interpretar las circunstancias en las que se encontraba.


Alguien en el grupo sugirió que quizá le permitían comunicarse como parte de una estrategia para presionarnos emocionalmente. Otro planteó que, si realmente estaba solo cuando escribía, ese pequeño margen de libertad podía ser nuestra única ventaja para ayudarlo. Pero la verdad es que no teníamos forma de saberlo.


Esa sensación de estar a ciegas, de no poder confiar completamente en lo que leíamos, pesaba como una losa en cada uno de nosotros. Nos obligaba a ser cautos con nuestras palabras, intentando no comprometerlo, pero también tratando de obtener información que pudiera ser clave.


A las 15:22 del día siguiente, el sonido familiar de una notificación rompió el silencio . Tres mensajes llegaron desde el número de Blanchard, pero apenas pude reaccionar antes de que desaparecieran como si nunca hubieran existido.


Un instante después, un nuevo mensaje apareció: "Manu, no soy yo el que va a tener el teléfono." El tono seco, directo, sin adornos, transmitía una realidad inquietante. Era como si Blanchard me avisara de que, a partir de ese momento, la comunicación sería un terreno aún más incierto, controlado por manos ajenas.


Dos horas más tarde, un nuevo mensaje:


- Manu, estoy aquí. Me han dicho que esta noche bajaremos al pueblo para retirar el dinero de mi cuenta. Les he dicho que no tengo dinero y que no tengo a nadie. Por eso he borrado tu número de mi teléfono. Aquí cortan el dedo a las personas que no consiguen dinero para pagarles. Me están torturando.


El detalle de borrar mi número era un golpe directo. ¿Qué significaba exactamente? ¿Era una precaución para protegerme, un intento de evitar que lo vincularan conmigo? ¿O era una señal de que él ya no creía que pudiera ayudarle?


-Manu, te voy a dejar. Pronto saldremos hacia el pueblo. Quizá puedas poner algo de dinero en la cuenta para que no se enfaden. Ten cuidado porque si respondes y ven que me comunico contigo me van a pedir más. Estoy desesperado, estoy en una situación terrible. Si llegamos al pueblo y no ven nada en mi cuenta irán a por mi. Soy EL ÚNICO AL QUE NO HAN CORTADO EL DEDO TODAVIA!!!!


Leí esas palabras con un nudo en el estómago. Era como si la realidad del secuestro se materializara de golpe, con toda su brutalidad, dejando claro lo que estaba en juego. Su desesperación traspasaba la pantalla; no era solo una solicitud de ayuda, era una súplica angustiosa desde el infierno.


No podía dejar de pensar en esa última frase: "Soy el único al que no han cortado el dedo todavía." Era una declaración que no necesitaba grandes explicaciones. Visualicé la escena, imaginé el miedo constante que debía estar sintiendo, y me invadió una sensación de impotencia absoluta.


¿Qué podía hacer? ¿Qué debía hacer? Cada decisión parecía una apuesta con consecuencias impredecibles. La posibilidad de transferir dinero se debatía en mi mente, pero al mismo tiempo, sabía que eso podría empeorar las cosas. Si accedía a su petición, ¿todo se detendría ahí, o estaríamos entrando en un ciclo de demandas interminables?


Por otro lado, el silencio era una dura opción. Ignorar su mensaje sería como dejarlo solo en medio de una tormenta, sin siquiera una palabra de apoyo. Pero, ¿cómo responder sin empeorar la situación? ¿debía responder?


Sabía que era probable que Blanchard hubiera enviado ese mensaje bajo las órdenes de sus captores. Si respondía, estaría confirmando que había alguien dispuesto a colaborar, y eso podría convertirnos en una fuente de ingresos para ellos. No podía permitirme caer en esa trampa, pero tampoco podía quedarme de brazos cruzados mientras él sufría.


Por otro lado, si decidía ingresar dinero, podría ser tan peligroso como no hacerlo. Si los captores detectaban un movimiento en su cuenta, sabrían que alguien estaba ayudando y eso podría complicar aún más la situación. No sabíamos qué esperar: tal vez pedirían más, tal vez nunca dejarían de extorsionarlo. Pero si no pagaba, las consecuencias eran impredecibles, aunque ya se dibujaban en su último mensaje. Cada opción parecía una trampa.


En esta situación, tras una larga conversación en el grupo, se planteó la posibilidad de bloquear el número de teléfono de Blanchard en el whatsapp. Aunque parecía una medida de seguridad lógica en ese momento, era una decisión con implicaciones profundas. Al bloquear su número, estábamos cortando cualquier canal directo de comunicación con Blanchard, lo que significaba que no podríamos saber más de él, ni de su situación, ni de los movimientos que sus captores pudieran estar tomando. Si su número era bloqueado, perderíamos la posibilidad de intervenir o de ayudar, aunque también estábamos evitando ser parte de una posible red de extorsión.


La acción de bloquear no solo cortaba la comunicación, sino que también generaba una sensación de aislamiento. Por un lado, evitábamos que sus captores pudieran ver si estábamos en línea o si estábamos disponibles para responder, lo que podría haber empeorado aún más su situación. Por otro lado, al bloquearlo, tomábamos una decisión que nos dejaba impotentes ante su sufrimiento. Estábamos tomando un paso hacia la desconexión, una forma de protegernos, pero con el riesgo de perderlo todo, incluso nuestra capacidad de ayudar.


La decisión de bloquear su número, en definitiva, no era solo una medida técnica o de seguridad, sino un reflejo de la complejidad de lo que estábamos viviendo: una mezcla de desesperación, miedo, y el peso de no saber cuál era la mejor acción a tomar cuando cada opción parecía estar llena de consecuencias inciertas. Pero era una decisión y había que asumirla. Y eso fue lo que hicimos.


(Julio 2023)

 
 
 

Comentarios


© 2020 by  manuzubi.  ARRIETA REKORDS

bottom of page