18.- LA SOMBRA DE LA CONFIANZA
- manuzubi
- 31 ene
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 3 feb
El camino por el desierto hasta In Guezzam fue largo y duro. Aunque era de noche y la temperatura era agradable, tardamos más de seis horas en completar un trayecto de unos 30 kilómetros. Llegué cansado, pero aliviado de haber llegado al destino.
El hombre que me había guiado quería cobrar su dinero, así que fuimos a varios cajeros, pero ninguno aceptaba tarjetas Visa. Y menos mal, porque, en realidad, no había dinero en mi cuenta. Finalmente, el hombre se convenció de que no podría cobrar lo que le debía.
Una vez resuelta la situación, me puse a caminar por las calles de In Guezzam, tratando de ubicarme y pensando en qué hacer a continuación. En una de las calles una persona se fijo en mí y parecía que mostraba interés. Me acerque y comenzamos a hablar. Era Said, un chico joven que vivía cerca de allí.
Le explique mi situación y él rápidamente me dijo que era muy peligroso para mí andar por las calles del pueblo porque la policía buscaba a los migrantes como yo para expulsarlos del país y dejarlos de nuevo en Assamakka. Me dijo que en ocasiones la policía trataba mal a los migrantes. Me dijo que le siguiera y me llevó directamente a su casa. Me consiguió ropa para que pareciese argelino y me acomodó en una pequeña habitación en una calle tranquila.
Aquella mañana del 14 de agosto, mi teléfono vibró con un mensaje que llegaba desde un número desconocido. En el perfil se podía ver la foto de un joven llamado Said. El prefijo delataba que se trataba de un número de teléfono argelino:
—Hola. Manu, soy yo.
A los pocos minutos, mi teléfono volvió a sonar por una llamada desde el mismo número. Lo miré, pero no respondí. No tenía ganas de hablar. Me sentía disgustado y desconcertado, sin saber qué más decir. Además, había empezado a desconfiar de los mensajes que llegaban desde números desconocidos. No podía evitar preguntarme quién estaba realmente al otro lado, si era él o alguien hablando en su nombre. Y si era realmente Blanchard, no quería escuchar, una vez más, lo de siempre: que necesitaba ayuda, que era urgente y que yo era el único que podía sacarlo de ahí. Prefería seguir escribiendo mensajes, tomarme mi tiempo para pensar cada palabra antes de responder, leer sus mensajes con calma y procesar sus demandas antes de decidir qué hacer.
- Buenos días Manu, estoy en Argelia, al sur, en un pueblo que se llama In Guezzam. Estoy bien. Estoy bloqueado aquí pero creo que pronto podré seguir mi camino.

Tras su siguiente mensaje, tampoco contesté. Quería esperar, reunir más información antes de responder. Sabía que él percibía la barrera que yo intentaba levantar, que era consciente de mi enfado y de mi desconfianza. Pero necesitaba dejárselo claro, marcar un límite, expresar mi contrariedad ante todo lo que estaba ocurriendo. Pasé un buen rato pensando en cómo trasladarle esa idea. Al mismo tiempo, entendía su situación precaria y, en ocasiones, dudaba de si mi actitud era la correcta. Sin embargo, me convencía a mí mismo: él había tomado esa decisión y debía asumir las consecuencias.
Pasaron algunas horas desde el último mensaje y decidí tomar la iniciativa y escribir. No me agradaba demasiado enviar mensajes a un número desconocido, especialmente de alguien cuya relación con Blanchard ignoraba por completo. Aun así, me animé y escribí en francés:
—Buenos días.
—Hola, soy Said, el amigo de tu amigo - fue la respuesta desde el otro lado del teléfono.
Cuando me contestó Said, no sabía qué actitud tomar. No respondí de inmediato; necesitaba tiempo para pensar. Pero, fuera quien fuera Said, mi objetivo seguía siendo el mismo: hacerle llegar a mi amigo un mensaje claro.
Escribí mi mensaje:
—Hola. Dile a mi amigo que ha perdido mi confianza. Dile que entiendo perfectamente lo que quiere y todo lo que le ha ocurrido, pero siento que me ha fallado. Hazle saber que le deseo suerte y que me basta con saber que está bien.
Su respuesta llegó poco después:
—Esta bien, se lo haré saber. El está intentando regresar a Europa, nada más.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, mi teléfono vibró con un mensaje que llegaba desde el número de Said:
—Hola. Manu, soy yo.
En un intento por conectar de forma más directa, me había llamado, pero no no llegué a oír la llamada. Minutos después, me llegó otro mensaje más extenso.
—He leído lo que has escrito, Manu, entiendo lo que me dices. Todavía estoy aquí, en la primera ciudad de Argelia. Estoy realmente bloqueado, necesito irme. He encontrado a una persona, Said, que me ha ayudado mucho y me deja utilizar su teléfono para poder comunicarme contigo. Quiero seguir, voy a llegar, pero necesito ir a una ciudad donde haya trabajo, y esa ciudad es Orán, en el norte de Argelia. Solo quiero moverme de aquí. Necesito 74 euros en mi tarjeta. Sé que ya no confías en mí, pero te digo que si corro todos estos riesgos, es porque creo que ya te expliqué toda mi vida. Aunque tú hayas perdido la confianza en mí, yo no.
Su mensaje estaba cargado de desesperación, pero también de una firmeza que ya conocía. Trataba de transmitir la urgencia de su situación, mientras dejaba entrever su vulnerabilidad.
—Vengo todos los días hasta aquí solo para poder comunicarme contigo —añadió poco después, dejando clara la precariedad de su situación.
Me escribió más tarde, tras otra llamada perdida:
—Estoy aquí, tranquilo. Espero que todos estén bien por allá.
Sin embargo, su tranquilidad parecía más un intento de calmarse a sí mismo. Su siguiente mensaje lo confirmó:
—Mañana ya me voy.
No sabía qué hacer ni qué responder. Escribí un par de mensajes, pero, al instante, los borré uno tras otro. No lograba plasmar lo que pasaba por mi mente, o quizá mis pensamientos estaban demasiado confusos. Sobre todo, sentía un miedo latente a comprometerme más de lo que ya estaba. Finalmente, escribí:
— Blanchard, yo ya no puedo más.
Él me respondió de inmediato:
—Está bien.
A continuación, continuó con sus mensajes:
—Manu, estoy realmente en una dificultad. Solo necesito esto y voy a trabajar a Orán. Aquí no hay trabajo, éste es un sitio de paso. Además yo no puedo ir por la carretera, tengo que tomar otros caminos porque hay mucha policía.
Sus palabras dejaban claro que estaba buscando cualquier alternativa para continuar. Antes de despedirse, añadió algo inesperado:
—¿Puedes enviarme mi diploma? Said lo va a mandar a Orán, a la casa de su hermano, porque allí podría trabajar de electricista.
Incluso en medio de esa incertidumbre, Blanchard buscaba mantener algo que le diera una oportunidad de salir adelante, algo más allá de simplemente sobrevivir. Sus palabras resonaron en mi mente mucho después de que la conversación terminó. Era una página más en la historia de su lucha interminable, una página que me mantenía atrapado entre mi deseo de ayudar y mi incapacidad de seguir cargando con el peso de su realidad.
Me llevó un día tomar la decisión. No era fácil, pero el desgaste emocional y económico había llegado a un punto crítico. Sabía que no podía seguir siendo el puente entre Blanchard y todas las personas que lo habían ayudado, ni el intermediario de sus constantes peticiones. Por mucho que me costara, tenía que poner fin a esa dinámica.
Reflexioné sobre lo que eso implicaría. Él siempre había confiado en mí para conectarlo con el mundo que lo apoyaba: mis familiares, mis amigos, conocidos, personas que, aunque no lo hubieran visto nunca, habían querido tenderle una mano. Si cortaba la ayuda, cortaba también esa conexión. Era consciente de que podía parecer una traición, pero también entendía que había llegado el momento de ser claro.
Después de mucho pensarlo, escribí un mensaje. Quería que supiera que mi decisión no era un acto impulsivo, sino algo meditado.
"Blanchard, tengo que decirte algo importante. Estoy agotado. Todo esto se nos ha ido de las manos. Como has visto en estas últimas semanas, he tomado la decisión de no prestarte más ayuda económica. Las decisiones que tomes a partir de ahora serán únicamente tuyas, y tendrás que asumirlas, como todos hacemos con las nuestras. Entiendo tu situación, entiendo que quieras volver y que estés dispuesto a arriesgar tu vida, pero tú tienes que entender que, desde nuestra parte, la financiación ha terminado."
Al releer esas líneas, sentí una punzada de culpa. Pero sabía que debía ser sincero. Continué escribiendo, buscando una salida que no rompiera del todo la relación:
"Voy a contar en el blog todo lo que te ha pasado para que la gente que te ha apoyado sepa lo que has vivido estos meses. Pero también quiero dejar claro que, a partir de ahora, no seré el intermediario entre tú y ellos. Yo pasaré a ser como uno más de tus amigos, alguien que te aprecia y quiere saber de ti, pero sin esta carga que ha llegado a ser insostenible. Por eso, quiero ofrecerte una alternativa: usar mi blog como tu espacio. Tú serás quien publique y cuente tu historia, tus proyectos, tus objetivos. Yo puedo ayudarte con la edición y los contenidos, pero el blog llevará tu nombre y serán tus palabras las que cuenten tus vivencias. De este modo, no perderás el contacto con la gente que te quiere y se preocupa por ti, y será una manera más honesta de mantener esa conexión."
Sentía que esta propuesta era justa, que le daba la oportunidad de seguir teniendo voz sin que recayera toda la responsabilidad en mí. Cerré el mensaje con una última reflexión:
"Sabes cuánto te aprecio y cuánto te hemos ayudado. Pero te pido, por favor, que no vuelvas a pedirme más apoyo económico, porque la respuesta seguirá siendo no, y ambos sabemos cuánto nos duele decirlo. Asume las consecuencias de tus decisiones. Pensar bien antes de actuar no garantiza que no te equivoques, pero reduce mucho la posibilidad de hacerlo. Piensa en lo del blog y dime qué te parece."
Envié el mensaje y, durante un rato, me quedé mirando la pantalla, esperando una respuesta que tardó en llegar. No sabía cómo reaccionaría Blanchard, pero estaba seguro de algo: esta era la única forma de avanzar.
Aquella mañana, al revisar mi teléfono, me encontré un mensaje en inglés de Said, el joven que había ayudado a Blanchard.
—"Hola, ¿cómo estás? Listo, he mandado a Blanchard a Tamanrasset", escribió, informándome que Blanchard ya estaba en camino con un transportista hacia una ciudad argelina, situada a unos 400 kilómetros al norte.
Le respondí más tarde con un sencillo "Good morning", y su saludo amistoso llegó al instante:
—How are you?? Blanchard está ya de camino a Tamanrasset.
Aunque sus mensajes eran breves, reflejaban una preocupación genuina por mi amigo y dejaban claro que, pese a las dificultades, Said había hecho lo posible para ayudarle a avanzar en su ruta.
—¿Ha salido ya? —escribí, tratando de sonar tranquilo.
—Si, esta mañana. ¿Cómo estás? —respondió Said
—Bien, gracias. Veo en el mapa que Tamanrasset está a unos 400 kilómetros de In Guezzam, ¿verdad?
—Sí, exacto. Está con un transportista. Le he dado el número de teléfono de mis padres por si necesitaba algo en el camino y si llega a Orán mi hermano podría ayudarle para conseguir trabajo —explicó Said.
La conversación comenzó a fluir, y quise saber más sobre esa persona que, sin conocer demasiado a Blanchard, estaba dispuesta a ayudarle.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Yo soy Manu
—Mi nombre es Said. Soy ingeniero y tengo una oficina aquí en In Guezzam.
Había leído en internet información sobre la localidad, In Guezzam, situada en Argelia, a escasos kilómetros de la frontera con Níger.
—¿In Guezzam es una ciudad pequeña, verdad?
—Sí, es nueva y pequeña, pero hay muchos edificios en construcción. El gobierno nos necesita aquí—respondió .
Said parecía una persona amable y sensata. Decidí contarle un poco sobre mi relación con Blanchard, pues supuse que este ya habría mencionado algo.
—¿Blanchard te ha hablado de mí? —pregunté.
—No mucho. Apenas lo conozco, pero me pareció una buena persona y muy educada, así que decidí ayudarle —respondió sinceramente.
Le expliqué brevemente nuestra historia con Blanchard: cómo había vivido con nosotros durante dos años y se había convertido en uno más de la familia.
—Si tienes a alguien en tu casa durante tanto tiempo, no es solo un amigo. Es algo más. Para nuestra familia, Blanchard es uno de nosotros.
Said asintió al otro lado de la línea, aunque noté un leve silencio antes de escribir de nuevo.
—Eso está muy bien. Sé que sus padres murieron. La situación es difícil para él
—Sí, lo sabemos. Por eso lo hemos apoyado siempre, pero su obsesión con volver a Europa nos ha causado muchos problemas. Nos ha pedido dinero una y otra vez, y eso ha generado conflictos.
Said me escuchó con paciencia y, tras unos segundos de reflexión, me dijo algo que me hizo detenerme.
—Sé que esto puede causar problemas, pero si vivieras en África, entenderías mejor lo que él siente. Aquí la vida es muy difícil. Hay personas que lo dejan todo solo por intentar llegar a Europa.
Asentí, aunque sabía que él no podía verme.
—No he estado en África, pero sigo de cerca lo que ocurre allí desde que conocí a Blanchard. Pero creo que él podría haber tomado mejores decisiones. Si está en África de nuevo, es porque decidió ir a Noruega, cuando aquí podría estar trabajando legalmente ahora mismo.
Probablemente Said suspiró al otro lado:
—Tienes razón en que podría haberlo pensado mejor. Pero déjame decirte algo: si puedes darle más ayuda, hazlo, sobre todo si se trata de un huérfano. Pero si llega de nuevo a dónde tu vives, pon límites claros sobre cómo debe vivir.
—Eso es lo que hemos intentado hacer —le respondí
—. Le enviamos dinero para ir a Marruecos y no funcionó. Quiso viajar por Camerún y terminó siendo secuestrado, y tuvimos que solucionar el problema. Podría escribir un libro sobre todo lo que ha pasado.
Said respondió nuevamente:
.
—Es verdad, pero aquí la vida no se detiene a pensar en los errores. Las personas solo quieren avanzar, sin importar los riesgos.
Antes de terminar la conversación, le agradecí por su ayuda y le expresé mi interés en seguir hablando con él en el futuro.
—Creo que podría aprender mucho de ti —le dije.
—Cuando quieras. Todo lo mejor para ti y tu familia —respondió Said con calidez antes de despedirse.
Colgué el teléfono y me quedé pensando en sus palabras. En el fondo, ambos sabíamos que el camino de Blanchard no era solo una travesía física, sino también un constante enfrentarse a decisiones, errores y esperanzas, todo en busca de algo que parecía siempre estar un paso más allá.
(Septiembre 2023)
IN GUEZZAM
MAPAS
















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