1. VIAJE CON NOSOTROS
- manuzubi
- 10 nov 2024
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 12 dic 2024
Un amigo gabonés que vive en Dinamarca me ofreció un trabajo por el que me iba a pagar muy bien. Me comentó que se dedicaba al negocio de los contenedores que se envían a África por barco. Confié en él pero siendo muy consciente de que podía ocurrir muchas cosas durante el viaje. Sin embargo, era una buena oportunidad para adentrarse en el sector y ganar dinero y no la quería perder. Trabajaría durante seis meses y volvería a Donostia. Pero quería saber la opinión de mi nueva familia y les plantee lo que quería hacer. Lo primero que me preguntaron era si mi amigo era de fiar. Les dije que sí, por no preocuparles porque, en realidad, tampoco le conocía demasiado. No lo tenía claro, pero respetaron mi decisión porque era una decisión que había meditado bien. Me preguntaba una y otra vez si era una buena elección y pensaba en la familia que iba a dejar atrás y en la relación que había tenido con todos ellos.
Sentía un vacío en mi interior. Por las noches, en mi habitación, miraba al techo y me preguntaba una y otra vez si era una buena decisión. Mi familia sabía que me iba a ir, pero no quería decirles el día exacto en el que iba a atravesar la frontera porque no quería preocuparles. Pero me tranquilizaba saber que era una estancia temporal, ya que tenía claro que quería volver tras trabajar durante seis meses en Dinamarca.
- Pero, ¿dónde xxxxxxx estás? ¿En Francia?
Desde un enfoque formal y en consideración a los valores sociales equitativos, utilizar la palabra "cojones" al inicio de un libro no parece la mejor opción. En el contexto de la pregunta planteada, esta palabra puede connotar vulgaridad, agresividad, exigencia, control y dinámicas de poder desequilibradas. Además, su uso puede ser interpretado como un indicio de lenguaje sexista o, en este caso específico, racista. Esta es la explicación por la que ves la letra “x” repetida en lugar de la palabra en cuestión. Pero debo admitir que, efectivamente, pronuncié ese vocablo tan inadecuado. Y es que, sabía desde hacía tiempo que su intención era atravesar la frontera, pero su anunció en forma de mensaje de voz y días antes de la fecha prevista, me pilló desprevenido y recuerdo que me enfadó bastante.
- Y,¿cómo has pasado la frontera?
- He pasado en coche con un amigo
Me contó que en Irún conoció a un joven que cruzaba a Francia casi todos los días con su furgoneta. Un día, entre risas, le preguntó si quería acompañarlo. Blanchard no lo pensó demasiado y, dos días después, ya estaba en su coche con una pequeña maleta que preparó de noche, sin que nadie en casa se enterara. Tomaron la autopista rumbo a Francia. Blanchard estaba nervioso; hacía más de un año había intentado, sin éxito, cruzar esa misma frontera para ir a París y arreglar su pasaporte. Su amigo, en cambio, parecía muy tranquilo, hablando de su trabajo y su vida, mientras Blanchard apenas respondía, atrapado por los nervios. Al llegar a la frontera, el conductor se dio cuenta de que los gendarmes vigilaban el carril izquierdo, así que decidió tomar el derecho. Pasaron sin problemas y, de pronto, ya estaban en Francia.
- Sabes que no suelo llorar, pero al cruzar la frontera lloré por dentro. Sentí que dejaba atrás a mi nueva familia y todos los recuerdos de estos últimos dos años. - dijo con voz de tristeza.
- Yo no he llorado, ni por dentro ni por fuera todavía. Lo único que siento ahora es preocupación. ¿Y ahora qué? ¿Qué piensas hacer?
- Sí, estoy en Biarritz pero no puedo coger el tren aquí. La policía está en la estación para atrapar a los migrantes como yo.

Algo sabía el txabal. En Francia, a partir del año 2015 y de forma periódica se establecen controles en las redes de comunicación fronterizas bajo el pretexto de la amenaza terrorista. Sin embargo, parece tratarse más bien de un control de los movimientos migratorios transfronterizos aunque no se admita de manera oficial. Participan en los dispositivos la policía francesa de fronteras (PAF), la “Compagnie Républicaine de Sécutité (CDS) o miembros de la “gendarmerie”. Vamos, que no falta ni uno. Se controlan los peajes de las autopistas, los pasos fronterizos por carretera y, especialmente, las estaciones de tren y autobús. Un tipo como Blanchard llegando a la estación de Hendaya, Baiona o Biarritz era el blanco (ironías del lenguaje) perfecto para los policías que controlan los puntos estratégicos cercanos a la frontera.
- Y ¿a dónde xxxxxxx vas a ir? - le pregunte enfadado y adoptando, sin ser muy consciente, el papel de padre protector.
- Iré a Burdeos. Yo ya sé como ir. Allí cogeré un tren hasta Paris. - contestó con su habitual seguridad probablemente para tranquilizarme.
Casualmente visité Burdeos unos meses antes con mi familia y, además de comprobar que se trata de una magnifica ciudad, me llamó la atención la multiculturalidad y diversidad étnica de su población. Pensé que para Blanchard podría ser un buen punto de partida para viajar en tren a París sin llamar demasiado la atención. Y en el caso de que los gendarmes le interrogasen siempre podía enseñar su pasaporte…el pasaporte…¿el pasaporte?
- ¿Y que xxxxxxx has hecho con el pasaporte? - le escribí esperando su rápida respuesta que tardó en llegar.
¿Qué había hecho este hombre con el pasaporte? Quería pensar que no sería tan torpe como para transportarlo en la mochila que llevaba encima. Si la policía le daba el alto y comprobaba su documentación, probablemente lo deportaría a su país de origen, por lo que todo se iría al traste. En el caso de que no llevase su pasaporte encima, podría justificar su residencia temporal en Donostia durante dos años y la policía francesa, probablemente, lo pondría en la frontera española tras acordar con la policía española lo de las fotos de frente y perfil y lo de la celda para pasar la noche.
- Tranquilo. El pasaporte está bien guardado pero no lo tengo yo. - contestó con tono irónico y creando ese halo de misterio que tanto le gustaba. Era muy consciente de que prescindir de su pasaporte era la mejor opción para evitar ser devuelto a su país.
Después de pasar la frontera, mi amigo me llevó hasta Biarritz. Me preguntó que como iba a ir hacia París. Me comentó que era peligroso coger el autobús o el tren en Biarritz ya que era una ciudad demasiado cercana a la frontera y que las estaciones estarían vigiladas. Le respondí que no tenía ningún plan concreto y el me dijo que quizá podría ayudarme. Por el camino, habló con otra persona por teléfono y al finalizar la llamada me dijo que un amigo podría llevarme hasta Burdeos en su furgoneta.
Pensé que esta vez la suerte me sonreía. Después de un tranquilo viaje por la autopista, el amigo de mi amigo me dejó en la estación de tren de Burdeos a eso de las 19:00. Le agradecí el favor que me había hecho y nos despedimos. En la estación vi que el tren acababa de marcharse hacía 30 minutos y el siguiente era a las 4:00 de la mañana. No me gustó el ambiente que había en la estación y, además, tenía miedo de la policía, por lo que, tras coger el billete en la máquina, decidí dar un paseo por un parque cercano.
Mientras caminaba con mi maleta vi a un hombre pensativo sentado en un banco. Al pasar frente a él me saludó y me preguntó por lo que hacía allí. Le explique la situación, le dije que buscaba un rincón para esperar al tren que salía a las cuatro hacia París. Me invitó a que me sentara con él. Fue a por unas cervezas y estuvimos charlando amigablemente. Era un congoleño que trabajaba en Burdeos y estaba solo. Creo que, como yo, agradeció la compañía y la conversación. Le explique la razón de mi viaje y se mostró sorprendido y me dijo que tenía mucho coraje para hacer algo así. Le dije que era mi intuición la que me empujaba a hacer este viaje y que no hacía más que seguir mi destino. No entendía por qué quería ir a Dinamarca si mi situación en Donostia era buena.
El me contó su vida. Vino hace años a Francia y, aunque no tenía un trabajo fijo, trabajaba para ahorrar dinero y volver a su país y casarse. Sentía vergüenza por volver ya que tenía 40 años y a su edad en el Congo la gente de su edad esta ya casada y tiene hijos. Contaba entre lágrimas que aún no había encontrado una solución a su vida en Francia y que estaba arrepentido de haber venido a Francia. Me pidió entre lágrimas que cuando volviese a España me acordase de él y le acompañase hasta España.
Seguimos hablando y de pronto me di cuenta de que eran ya las 3:30. La conversación fue tan interesante que se me había olvidado la hora de salida. Me acompañó hasta la estación y subí al tren.
Blanchard tenía una tarjeta de crédito. Hacía más de un año que, por comodidad, habíamos abierto una cuenta conjunta para canalizar el dinero que recaudaba de mis familiares y amigos y asegurarnos de que llegara a su destino. Estaba a nombre de ambos, lo que me permitía gestionar los depósitos mientras él podía disponer de los fondos cuando lo necesitara. Aunque dejó su pasaporte de este lado de la frontera, no olvidó aquella pequeña tarjeta brillante, que, con el tiempo, le sacaría de más de un apuro. De hecho, fue su única opción para comprar el billete a París, ya que temía acercarse a la ventanilla y que le pidieran la documentación.
No recuerdo exactamente la hora a la que llegué a París pero era hacia las 13:00. Mis recuerdos de esta ciudad no eran buenos y quería salir cuanto antes de allí. Bajé del tren pero tenía que cambiar de estación y trasladarme hasta la Gare du Nord. Había visto mucha policía en Burdeos y pensaba en que la situación sería más complicada en París y eso me preocupaba. Mi corazón batía muy rápido al pensar que la policía de inmigración podía arrestarme.

Cuando llegué a la estación entré por la primera puerta de la izquierda y me senté en un café para estudiar la situación. Enseguida observé que había muchos policías que vigilaban la estación acompañados de perros. Estudiaba, además, los movimientos de la gente para coger el billete. Algunos se acercaban a las ventanillas pero me pareció que estaban más vigiladas por la policía. Otros, sin embargo, iban a las máquinas y me pareció la mejor opción. Me acerqué a una de las máquinas simulando que hablaba por teléfono, pero no sabía como funcionaba. Pedí ayuda a una chica que trabajaba en la estación y me ayudó a sacar el billete hasta Bruselas. Volví al café aparentando normalidad y para esperar la media hora que faltaba para que el tren saliese de la estación.
Mientras tomaba un café, se me acerco un joven negro preguntando si vendía droga. Le miré pero no le respondí. Pero cuando se dio la vuelta me di cuenta que era policía porque llevaba unas esposas ocultas en su bolsillo trasero. Mantuve la calma como pude y cuando llegó el tren me subí al vagón y me senté en mi asiento para asegurarme de que había logrado mi objetivo.

Después de unas horas de tren llegamos a Bruselas y en la estación fui a la ventanilla a coger el billete para Amsterdam porque la situación estaba más tranquila. Tenía tiempo y fui a dar una vuelta por Bruselas. Tras el paseo me subí a otro tren y llegué a Amsterdam hacia las 7:00 y salí de la estación para buscar un sitio para descansar y esta vez la suerte me sonrió. Le expliqué mi situación a un joven que encontré en la calle y amablemente me llevó a su casa donde pasé dos días que me sirvieron para conocer la ciudad y olvidar un poco mi complicada situación. Volví de nuevo a la estación para ir hacia Groningen pero tarde 30 minutos en encontrar el andén porque la estación era enorme. Perdí mi tren pero pronto llegó otro en la misma dirección. Era un tren que llegaba hasta Essen, en Alemania.
- ¿Essen? ¿Pero quieres recorrer toda Europa? Te has ido al norte de Holanda y ¿ahora te vas a Essen que está al sur de Alemania? -le pregunté frente a un mapa que abarcaba Holanda, Alemania y su frontera con Dinamarca
- No txabal, - me dijo con la convicción del que conoce Europa de toda la vida - hay carretera hasta Hamburgo pero si quieres ir en tren esa es la ruta. Además, he comprobado que es mucho más seguro el tren que el autobús.

No entendía demasiado lo que estaba pasando. Pero pensé que, aunque conozco parte de Europa por viajes que hice hace años, nunca había viajado sin documentación y, probablemente, eso cambiaba bastante las cosas.
En el camino hacia Essen pensaba que quizá mi decisión no habías sido buena, incluso pensé en algún momento en volver a Donostia, pero estaba ya demasiado lejos y tenía que seguir adelante. En la frontera entre Holanda y Alemania nos hicieron bajar del tren para montar en un autobús lanzadera que nos llevaría hasta la siguiente estación. La policía de inmigración estaba allí. Detuvieron a varios marroquís. Yo me senté en con un libro de Nkunu Amsu aparentando normalidad pero verdaderamente tenía mucho miedo. Por suerte, la policía no se fijó en mi y pude entrar en el pequeño autobús. Tuve que esperar siete horas hasta el tren que me llevaría hasta la frontera con Dinamarca pasando por Hamburgo.

La frontera entre Alemania y Dinamarca estaba muy vigilada. Había unos diez policías que pedían la identificación a todos los pasajeros. Salí de la estación y pasé más de diez horas en un jardín cercano pensando en qué podía hacer. De pronto encontré a una chica Ucraniana. Sus ojos me recordaban a los ojos de los compañeros de la pensión de Loiola que fumaban mucha hierba. Me preguntó por mi situación y quería saber a dónde iba. Le dije que quería pasar la frontera hacia Dinamarca pero que no tenía papeles. Ella me dijo que tampoco tenía papeles y que dormía en su coche. Entonces me hizo una proposición: si le daba 30 euros me llevaría a Dinamarca evitando a la policía. Después de hacerle varias preguntas pensé que no tenía muchas opciones y acepté su oferta. Pero me di cuenta de que no tenía dinero en efectivo y entonces le propuse ir a un supermercado y comprarle comida por 30 euros que podría pagar con la tarjeta. La condición era que me dejase al otro lado de la frontera, en Kiskelund. Monté en su coche y tras 20 minutos de carretera me dejó en una estación después de hacer las compras en un supermercado. Cogí otro tren hacia Copenhague. Llamé a mi amigo y al llegar a la estación me llevó a su casa. Por fin había llegado a mi destino.
Supongamos que quiero viajar a Copenhage el fin de semana. Veo que tengo un vuelo de Lufthansa que despegando a la 7:35 desde Bilbao llegaría a Copenhague a las 12:05 tras una breve escala en el aeropuerto de Munich. Como verás puedo desayunar un café con leche acompañado de un delicioso cruasán en Loiu y tomar el aperitivo en Copenhague, aunque dudo de que tengan aceitunas negras.
¿Pasaporte? No necesito pasaporte. Soy comunitario, de la comunidad de vecinos y de la Comunidad Europea. Y además el color de mi piel es el de la mayoría de los europeos. Sin embargo, nuestro amigo iba indocumentado y formaba parte del 1,6% de la población europea afrodescendiente por lo que el color de su piel le convertía automáticamente en sospechoso. Recorrió múltiples estaciones de tren y autobús, esquivando controles policiales, y siempre retiraba los billetes en las máquinas, evitando las ventanillas para no llamar la atención. Pasaba las noches en estaciones o en los trenes, y, en más de una ocasión, al ver a la policía intensificar los controles en alguna parada, decidió recorrer a pie los kilómetros que lo separaban de la siguiente estación.
Salió de casa el 22 de Agosto portando una pequeña maleta y llegó a su destino el 27 de agosto. Parece ser que nuestro amigo no estuvo atinado a la hora de elegir la agencia de viajes ya que tardó un total de 5 días en una travesía que para cualquiera de nosotros duraría cinco horas, incluyendo una cómoda escala en Alemania.
(Agosto 2022)




He pensado que cuando escribe y cuando habla en los diálogos, nuestro amigo va a hablar un perfecto castellano. Traduzco las reflexiones que me hace en francés e intento mantener su forma de expresarse pero en en el idioma de Cervantes. Quizá resulte raro al principio pero pienso que es más práctico. Espero vuestras sugerencias.