2. TRIANGULO ESCANDINAVO
- manuzubi
- 23 nov 2024
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 4 dic 2024
Tras llegar a Dinamarca todo iba bien, tenía una habitación en casa de mi amigo, el trabajo era bueno y me estaba adaptando a la ciudad, en el barrio llamado Cristina. Me gustó la ciudad, y me sentía realmente comprometido con el trabajo. Era el encargado del registro de los materiales que se metían en el contenedor. Me sentía bien en mi trabajo porque podía significar una nueva etapa en mi vida.
Se le notaba contento en los mensajes y vídeos que enviaba. Parecía estar de buen humor y con ganas de conversación. En ocasiones Blanchard me expresaba lo mucho que nos echaba en falta y lo que se acordaba de Donostia y repetía una y otra vez que estaría de regreso en seis o siete meses. A menudo me enviaba fotos del tiempo que pasó entre nosotros: momentos en casa, paseos por el monte, y reuniones familiares donde había encajado como uno más. Me las mandaba sin mucho contexto, pero no hacía falta. Cada imagen era una ventana a lo que, para él, había sido un hogar temporal, pero significativo. Parecía claro que echaba de menos Donostia, no solo como lugar, sino como esa etapa de tranquilidad tras sus penurias durante su viaje. Había algo nostálgico en la forma en que hablaba de todo aquello, como si al evocarlo intentara mantener viva esa conexión con nosotros y con una vida que, aunque breve, había marcado una parte importante de su camino.

Me contaba que Copenhague era una ciudad donde las personas como él, migrantes, eran muy respetadas. Me sorprendía que lo dijera, porque siempre había oído que los países nórdicos eran fríos, no solo en lo que respecta al clima, sino en sus relaciones con las personas extranjeras. Pero él parecía encontrar algo diferente en Copenhague, especialmente en los barrios donde se mezclaban gentes de todos los países y culturas del mundo. Nunca había escuchado sobre Nørrebro o Vesterbro, pero según él, eran lugares donde la diversidad no era una excepción, sino la norma.
- Egunon, ¿cómo estás? ¿Estás en el trabajo? - me escribió en un mensaje
- Sí, es lunes, no sé si te acuerdas. ¿Cómo estás tú? - le contesté con la cortesía que me caracteriza
- Bien, yo también voy al trabajo.
- Me alegro de que tú también trabajes. ¿Qué te parece Copenhage? ¿te gusta?
- Es una ciudad diferente a lo que imaginaba, es muy verde y la gente parece ir a su ritmo, como si el tiempo pasara más lento.
Parecía realmente alegre, enviando las fotos que mandaría cualquier turista: palacios, esculturas, jardines y fuentes impresionantes. Me sorprendió que, desde el primer día, su jefe lo llevara por distintos lugares de Suecia para presentarle a los que iban a ser compañeros de trabajo. Hablaba de Malmö con la misma soltura con la que yo hablaría de Astigarraga. Alguna vez había oído hablar de Malmö y de su famoso puente hacia Dinamarca, pero él se movía entre esas fronteras con una facilidad que era difícil de entender para un tipo de Hernani como yo.

Me hablaba de ciudades danesas y suecas con tanta naturalidad que por un momento, esos lugares parecían estar mucho más cerca, como si formaran parte de un mismo espacio pequeño. De hecho, al revisar el mapa, vi que, en cierto sentido, así era. Pero me resultaba difícil imaginar a mi amigo realizando esos trayectos, cruzando puentes hacia otro país sin que nada lo detuviera. Claro, todo esto eran paranoias mías, de alguien que no tiene ni idea de cómo son realmente Dinamarca o Suecia. Al final, me basaba en lo que Blanchard me contaba, y el resto lo llenaba con mis propias inseguridades. Quizá las cosas allá eran mucho más simples, pero al desconocer lo que ocurría realmente, mi cabeza no dejaba de ver el vaso medio vacío.
Blanchard me mandó fotos y vídeos del Palacio Real de Oslo. Me contaba que los jardines parecían sacados de una postal, con flores alineadas como si las hubieran puesto a mano y unas fuentes que brillaban con el sol. La fachada blanca del palacio le llamaba la atención, resaltando contra el cielo limpio, casi irreal. En el vídeo se escuchaba de fondo el sonido suave del agua y el murmullo de los turistas, y entre risas me decía que, al verlo, casi parecía que estaba en uno de esos cuentos de reyes y castillos que le contaban de pequeño.
Un día le pregunté por el material que contenían los contenedores que gestionaba porque era algo que me intrigaba. Me decía que en esos contenedores cargaban muebles, ropa y 'material informático' para enviar a Gabón. Pero cuando me envió una foto del lugar donde trabajaba, vi que lo que calificaba como 'informático' era más bien una montaña de chatarra: cables, monitores antiguos y muchas otras piezas que en Europa ya no tenían valor y que había que tomarse el trabajo de reciclar. Me pregunté si él sabía lo que realmente estaban enviando o si lo ignoraba a propósito, concentrado en aprovechar una oportunidad que creía que le podía cambiar la vida.
El negocio de los contenedores hacia África suele estar relacionado con el envío de bienes usados desde Europa, Estados Unidos u otras regiones hacia países africanos. La ropa de segunda mano es uno de los principales productos enviados en estos contenedores. Las donaciones o recolecciones en Europa se revenden en África a precios bajos, lo que ha creado un mercado activo. Aunque estas donaciones pueden tener buenas intenciones, también han generado cierta controversia. En algunos casos, la ropa es de mala calidad o está en condiciones tan deterioradas que no es adecuada para la reventa o el uso. Pero, además, no toda la ropa encuentra comprador. Lo que no se puede vender suele acumularse en vertederos o incluso en lugares más informales como ríos, playas o terrenos baldíos. En algunos casos, como en Ghana, se ha reportado que las montañas de ropa que terminan en las playas, formando verdaderas "islas" de desechos textiles que afectan el medio ambiente. Este tipo de residuos textiles se convierte en un problema medioambiental, pues la mayoría de estas prendas están hechas de fibras sintéticas, que no se degradan fácilmente.
El material informático (ordenadores, monitores, placas base, cables) se envía con el propósito de ser reacondicionado o usado nuevamente. Sin embargo, una gran parte de lo que se envía es obsoleto o está en mal estado. Estos productos son difíciles de reciclar y costosos de desechar adecuadamente en los países desarrollados. En lugar de eso, se introducen en contenedores y los barcos ponen rumbo a países africanos donde las normativas ambientales son menos estrictas. En África, gran parte de esta "chatarra" se recicla informalmente, con métodos rudimentarios que son dañinos para los trabajadores y el medio ambiente (quema de cables, exposición a materiales tóxicos como plomo o mercurio).

Los productos enviados, tanto la ropa usada como los equipos electrónicos, alimentan la economía informal en varios países africanos. En mercados locales, los comerciantes compran estos bienes a intermediarios y luego los venden al público. Este tipo de negocio es lucrativo, pero también plantea cuestiones éticas y legales, ya que muchas veces se trata de evitar las normativas de exportación e importación que rigen entre los distintos países.
Cuando descubrí que los contenedores que transportaba estaban llenos de chatarra informática, la preocupación empezó a abrirse camino en mi cabeza. No podía dejar de pensar que ese tipo de carga no era algo que le diera estabilidad ni futuro a mi amigo, y que haber decidido ir a Dinamarca, con todos los riesgos que aquello implicaba, podía haber sido una mala elección. No sé si fue intuición o miedo, pero empecé a vislumbrar una escenario más sombrío: imaginaba la posibilidad de que lo arrestaran en un país del norte de Europa, en un lugar tan lejano y con leyes tan estrictas. Ese pensamiento empezó a pesarme y no podía dejar de hacerme preguntas sobre lo que vendría después. ¿Qué consecuencias tendría para él si se encontraba con un obstáculo de esa magnitud? ¿Cómo le afectaría algo así en un lugar donde nadie podría echarle una mano?
En esos momentos, lamentaba que todo el esfuerzo de estos últimos dos años se podría desmoronar por cualquier situación desafortunada o por un giro inesperado en el guion. Sentía que todo se tambaleaba y que el trabajo que habíamos hecho por mantenerlo a flote estaba, sin que pudiéramos hacer nada, a un paso de caer. Sí, lo sé, soy un agonías.
(Septiembre 2022)




Comentarios