REFLEXIONES EN VOZ ALTA (I)
- manuzubi
- 18 ene
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 26 ene
El valor de ayudar: entre lo particular y lo colectivo
Ayudar a una persona puede parecer, a primera vista, un acto de generosidad y humanidad que no necesita mayor justificación. Pero cuando nos enfrentamos a problemas tan vastos como la migración, la desigualdad o la pobreza, surge inevitablemente una pregunta: ¿tiene realmente sentido ayudar a un individuo en un contexto donde las raíces del problema son tan profundas y complejas que solo los estados, los líderes globales y las grandes organizaciones tienen el poder de cambiarlo?
En nuestro caso, hemos pasado años apoyando a Blanchard en sus decisiones, en sus momentos más difíciles, con la esperanza de que, al menos para él, las cosas puedan mejorar. Pero, al reflexionar, me pregunto si todos estos esfuerzos realmente hacen una diferencia. No puedo evitar sentir que todo esto es como intentar vaciar el mar con un balde. Por cada persona como Blanchard que recibe apoyo, hay miles más que enfrentan situaciones similares o más graves, atrapados en un sistema que perpetúa las desigualdades y las injusticias.
Por otro lado, la ayuda personal tiene un impacto tangible e inmediato. Blanchard es una persona con nombre, rostro y una historia que conozco bien. No es una cifra en un informe ni un caso anónimo en un debate político. Para él, el apoyo que recibe de nosotros no es simbólico, sino real: le ha permitido sobrevivir, avanzar y, en algunos momentos, soñar con una vida mejor. Esto me lleva a cuestionar si es justo descartar la importancia de la ayuda individual por considerarla "insuficiente". Tal vez el error esté en esperar que una acción de este tipo vaya a resolver el problema que subyace en esta situación.

Sin embargo, no puedo ignorar que el problema es estructural. La migración no es solo el resultado de decisiones personales, sino de desequilibrios globales: la pobreza, los conflictos, la falta de oportunidades y el cierre de fronteras. En este sentido, el peso del cambio recae en quienes tienen el poder de transformar las estructuras: los dirigentes, las instituciones internacionales, las políticas estatales. Pero, mientras esperamos que esos cambios lleguen, ¿no es válido hacer lo que está en nuestras manos para aliviar el sufrimiento de quienes tenemos cerca?
Ayudar a Blanchard me ha mostrado que la respuesta no es sencilla. Hay momentos en los que siento que el esfuerzo es una gota en el océano y otros en los que veo cómo esa gota se convierte en una chispa de esperanza. Tal vez la clave esté en no olvidar que las grandes transformaciones también necesitan de pequeñas acciones. Como dicen, no podemos cambiar el mundo, pero podemos cambiar el mundo de alguien.
Al final, esta reflexión no me lleva a una conclusión definitiva, sino a una pregunta abierta: ¿es posible que lo colectivo y lo particular se complementen, que las pequeñas acciones individuales sean el eslabón que conecte la humanidad cotidiana con el cambio estructural? Quizás, en última instancia, ayudar no es solo un acto de cambio, sino un acto de resistencia frente a la indiferencia. O yo qué sé.




"¿tiene realmente sentido ayudar a un individuo en un contexto donde las raíces del problema son tan profundas y complejas que solo los estados, los líderes globales y las grandes organizaciones tienen el poder de cambiarlo?"
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