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REFLEXIONES EN VOZ ALTA (II)

La verdad y la mentira: ¿conceptos absolutos?


A lo largo de la historia, los conceptos de verdad y mentira han sido objeto de debate y reflexión en todas las culturas y sociedades. Platón vinculaba la verdad con el mundo de las ideas puras, mientras que Aristóteles la definía como la correspondencia entre lo que decimos y lo que es. En la tradición judeocristiana, la verdad se asocia a un valor moral fundamental, mientras que la mentira se considera un pecado. Sin embargo, en otros contextos, como en el pensamiento de Maquiavelo o en ciertas estrategias políticas y militares, la mentira se ha planteado como un recurso legítimo para alcanzar un fin mayor.


Estas interpretaciones históricas muestran cómo la verdad y la mentira no solo son conceptos abstractos, sino que han estado moldeados por las circunstancias y necesidades humanas. En ese sentido, la frontera entre ambas, tan clara en teoría, se vuelve difusa en la práctica, especialmente cuando de lo que decimos depende nuestra propia vida. Es desde esta perspectiva que quiero reflexionar sobre cómo estos conceptos se transforman en situaciones extremas, y cómo, tal vez, el valor que les damos depende más del contexto que de un principio absoluto.


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Nos han enseñado que decir la verdad es un principio básico, casi sagrado, sobre el cual se construye la confianza en cualquier relación y que mentir es algo reprobable, una mancha en nuestra integridad que puede desacreditar todo lo que somos. Este concepto es tan profundo en nuestra sociedad que, en muchos casos, la mentira es vista como una falta imperdonable. Pero, ¿qué sucede cuando decir la verdad supone poner en peligro tu vida? ¿Seguimos juzgando la mentira con la misma severidad?


Cuando pienso en las experiencias de Blanchard, en las historias que me ha contado y en las decisiones que ha tenido que tomar para sobrevivir, me doy cuenta de que mi visión inicial sobre la verdad era demasiado rígida. Para alguien que lucha por cruzar fronteras, escapar de la pobreza o evitar la persecución, decir la verdad no siempre es una opción viable. En algunos casos, puede ser un lujo que simplemente una persona no se puede permitir.


Imagina por un momento, que tu vida de depende de lo que digas en un interrogatorio, en una solicitud de asilo o frente a un guardia fronterizo. ¿Sería condenable inventar una historia, exagerar una situación o incluso mentir para conseguir la oportunidad de sobrevivir o mejorar tu situación? En esas circunstancias, creo que la mentira deja de ser un simple engaño y se convierte en una herramienta de supervivencia.


Esto me lleva a reflexionar sobre la relatividad de la verdad y la mentira. En nuestra sociedad, donde la mayoría de las personas no enfrenta situaciones extremas, es fácil juzgar a quienes no dicen la verdad. Pero para alguien como Blanchard, cuya vida ha estado marcada por la necesidad constante de justificar su existencia, de buscar una salida en un sistema que le niega oportunidades, la verdad y la mentira no son conceptos absolutos. Son decisiones estratégicas, recursos para abrirse camino en un mundo que muchas veces está diseñado para excluirlo.


A veces, incluso me pregunto si en situaciones similares yo sería capaz de mantenerme completamente honesto. ¿Qué haría si la única manera de proteger a mi familia o de salvarme a mí mismo implicara ocultar o modificar la verdad? Estas preguntas, aunque incómodas, son necesarias para comprender las complejidades de la moralidad en contextos extremos.


Esto no significa que todo valga o que la mentira sea siempre justificable, pero creo que necesitamos un enfoque más matizado que contemple las circunstancias y las razones detrás de cada decisión. En el caso de Blanchard, algunas de sus palabras y acciones me han hecho dudar y cuestionarme casi todo, pero también me han llevado a entender que su realidad es tan distinta a la mía que sería injusto juzgarla con los mismos parámetros.


En última instancia, esta experiencia me ha enseñado que la verdad no siempre es un absoluto y que, en ciertas circunstancias, la mentira no es una falta moral, sino una respuesta humana a una situación inhumana. Tal vez, más que condenar o justificar, deberíamos esforzarnos por entender las razones que llevan a las personas a actuar como lo hacen. Porque, al final, más allá de las palabras que usamos, lo que realmente importa es el contexto en el que vivimos y las luchas que enfrentamos.

O yo qué sé...

 
 
 

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